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El argumento del mal de Epicuro para probar la inexistencia de Dios

  • Jose Francisco Palacios Avila
  • 15 sept 2016
  • 3 Min. de lectura

El argumento del mal de Epicuro para probar la inexistencia de Dios

Otro famoso argumento utilizado por muchos filósofos (Leibniz o Hume) es el llamado argumento del mal de Epicuro pues se le atribuye al pensador hedonista. En rigor, no es una demostración de la inexistencia de Dios ya que en ningún momento concluye en la no existencia de éste, simplemente pone en duda la compatibilidad de ciertas afirmaciones. Vendría a decir algo así:

Ante el hecho de que existe el mal (o el sufrimiento) en el mundo y Dios permite que siga existiendo se dice:

1. O Dios quiso eliminar el mal y no pudo. Entonces Dios no es omnipotente. Con rigor no podemos decir que Dios no exista, simplemente habría que negar su omnipotencia.

2. O Dios pudo eliminar el mal y no quiso. Entonces Dios no tiene una bondad infinita. No podemos decir que Dios no exista, simplemente habría que negar su bondad. Dios sería también malvado.

3. O Dios ni quiso ni pudo. Dios ni es omnipotente ni es bondadoso.

4. O Dios quiso y pudo. Este es el caso que da más juego. Es posible que Dios ya ha tomado medidas contra el mal en el mundo y nosotros no lo sepamos. Sólo en este caso se compatibilizan mal en el mundo, omnipotencia y bondad infinita, si bien a cambio de renunciar a nuestra verdad sobre la percepción del mal en el mundo, lo cual ya da píe a especular mucho. Luego lo veremos mejor.

¿Con qué argumentos se defienden los creyentes ante tales acusaciones? Veamos algunos:

1. Dios no es el responsable directo del mal en el mundo, ya que el mal no tiene entidad ontológica siendo solamente ausencia de bien.

Este argumento no es más que decir lo mismo de otra manera. Al ser Dios el creador del mundo, pudo haberlo creado sin que pudiera darse de la ausencia de bien. Si Dios creó el mundo en su totalidad y es omnipotente, es el responsable de todo mal que en él ocurra.

2. Los culpables del mal son los hombres y no Dios. Nosotros somos los que hacemos el mal pues Dios nos hizo libres para elegir entre el bien y el mal o, con más precisión, para hacer el bien o dejar de hacerlo.

En muchas ocasiones el hombre no es responsable del sufrimiento. Una epidemia o un desastre natural pueden causar mucho sufrimiento sin que el hombre tenga directamente la culpa. Si Dios es omnipotente y sumamente bueno podría evitar tales catástrofes.

3. Santo Tomás contestaba que había pensar de otra manera: no comenzar por el mal en el mundo para concluir que no hay Dios, sino comenzar por Dios y, a partir de ahí razonar. Él decía que si hay mal, Dios existe. Ya que si hay mal es porque hay bien y Dios es la causa del bien, el hecho de que exista mal es una prueba de que Dios existe.

Sí, esto es enunciar el problema de otro modo pero presuponiendo como premisa que Dios causa el bien (podría ser que el bien lo causen exclusivamente los hombres al no existir Dios) e ignorando las otras: Dios es omnipotente y sumamente bueno. Este argumento no resuelve nada.

4. No tenemos una concepción correcta de lo que es el bien y el mal. Los filósofos no han llegado a un acuerdo para definir lo que es el bien o lo bueno, por lo tanto no tenemos herramientas para juzgar las acciones de Dios, aún más cuando presuponemos que es infinitamente sabio. Nuestra inteligencia es tan sumamente inferior a la de Dios que es ya una presunción intentar comprender y, aún peor, juzgar sus actos. Ya decía Santo Tomás de Aquino que los efectos de la creación son inadecuados en virtud a la causa. Dios es infinitamente más listo que nosotros, no pretendamos comprenderlo. ¿Podría una cucaracha comprender el mundo de los humanos?

Este es el mejor argumento (no obstante, los creyentes siempre acaban por apelar o a su fe o a la inescrutabilidad de los caminos del Señor) que no es más que adoptar el caso 4 del argumento de Epicuro. Los cristianos dicen que Dios ya tomó medidas contra el mal, pero no como nosotros las esperábamos (eliminando el mal ipso facto), sino enviando a su hijo a que muriera por nosotros.


 
 
 

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